Quedarse sin palabras

Imagen (base) de Stefan Keller en Pixabay . Editada usando  LunaPic El monstruo a cuyo encuentro me dirijo no se oculta en la niebla si no que la deforma. No es una parte del bosque, es el tirano que lo gobierna. No acecha en la oscuridad, es la oscuridad misma. Pero esa no es razón para retroceder, sino para mantener el paso firme. Alza sus manos, listo para golpearme con todo el poder de la niebla, del bosque y de la noche. ¿Yo? Yo también, por supuesto.

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Sembraron juntos la semilla del futuro. Amaron juntos: el uno al otro, al mundo a los versos escritos por extraños, a las bromas que sólo ellos entendían. Vivieron, fueron, contaron y cantaron. Disfrutaron, trabajaron y... La semilla del futuro se quedó olvidada sobreviviendo, apenas, sólo con él calor que en la tierra dejaron esas manos. Pero el calor se acaba (o se traslada, pues) y el tiempo todo lo convierte en nada. Está bien, no hay problema. El futuro no fue como lo habían plantado. Los extraños seguimos escribiendo versos y ellos siguen amando.

Un día, tan soleado o nublado como cualquier otro, se reencontró con su primer amor y por primera vez se preguntó, cómo había permitido que la fama y el dinero lo alejaran por años de las preguntas vagas con respuesta temible y la investigación científica genuina. Leyó el texto de química con la curiosidad de la primera vez, y volvió a investigar, sin garantías, la imposible composición del todo. Inspirado por el disparador de Microcuentistas.

He estado guardando esto desde que cerró la convocatoria para el tercer número de Pulporama. Sucede que este es el texto que nunca pude enviar (el motivo es una historia larga y trágica, aunque conectada con otra más feliz, que no pude contarles en su momento precisamente porque no tenía conexión a internet), y apenas ahora decido publicarlo de todas formas.

Imagen (base) de Okan Caliskan en Pixabay   Golpe a golpe, el metal violáceo toma forma, pero la noche no basta para terminar la espada. Ana, su medio hermano y la luz del nuevo día se reúnen en la cocina. Ella canta. Tom busca un piso silencioso en el periódico. La luz observa. Ella se va a dormir tras una larga noche. Él se va a trabajar durante un largo día. Afuera, la ciudad está tan activa como siempre. El primer cliente de Tom es el obrero de la esquina, que pide el almuerzo tradicional como todos los días. Es tan joven, que no le costó acostumbrarse a su horario de media mañana después de media noche. La vigilia compartida es lo único que conoce la gente de su edad. Pero Tom aún recuerda. No hace mucho, esta ciudad dormía por las noches, aunque a los niños les cueste imaginarlo. Bajo el manto de la oscuridad el silencio reinaba. ...

Calla. Espera. Escucha el canto de una noche en supuesto silencio. Mira las hojas que tiemblan acosadas por el viento. Respira el alma del bosque. Deja que te acaricie  la calidez del sol de la mañana. Saborea la vida (o la muerte, quizá) en la fruta ofrecida por desconocido arbusto. Escucha. El silencio de la noche  es un concierto. Mira las hojas que tiemblan acosadas por el viento. Respira el alma del bosque. Deja que te acaricie  la calidez del sol. Saborea la vida ...

Y pensar que pudo ser una buena leyenda para un mundo ficticio... Quizá todavía la incluya en algo.

Un arbol brillante que soltaba plumas blancas y un tronco reseco cubierto de líquenes. Un final y un inicio. Unos veneraron al que se veía bello, otros protegieron al que albergaba vida. Muy pocos entendieron que eran partes de un todo, distanciados tan solo por el tiempo. Inspirado por el disparador de Microcuentistas.

Al disiparse por completo el humo del incendi o solamente quedó la destrucció n . Reclamé con mis gritos al ciel o mientras regaba con mis lágrimas el suel o . Odie mis decisione s Mientras amaba como nunca eso que había perdid o . Y me fu i . Nunca llegue a saber sobre la vida que surgía entre las ceniza s .