Garras e instinto (relato)

Y pensar que pudo ser una buena leyenda para un mundo ficticio... Quizá todavía la incluya en algo.


Imagen de Patricia Román en Pixabay (editada con LunaPic)

Garras e instinto

El único guardián de la naturaleza que no fue asesinado por la humanidad, fue el espíritu de el césped y los arbustos.

Cuando la vida iniciaba y los demás espíritus pastoreaban a sus criaturas, éste era el que menos se esforzaba por las suyas. La luz y el oxígeno llegaban por su cuenta. La tierra les daba lo que quería y podía. Era imposible ayudarlas a viajar, pero el espíritu engañó al viento y sobornó a los insectos y las aves para que trasladaran al menos a las semillas. Ahora el espíritu podía dedicarse a jugar y dormir.

Cómodo como estaba, no quiso darse cuenta de que las plantas que debía proteger vivían menos de lo esperado, hasta que notó que habían desaparecido por completo en algunos lugares.

Le costó mucho esfuerzo dar con el culpable, porque eran demasiados: casi todos los animales se alimentaban de ellas, pues estaban al alcance todo el tiempo.

Los otros espíritus estaban resentidos con el guardián al que llamaban perezoso, y no quisieron obligar a sus propias criaturas a perdonar la vida del césped y los arbustos. "Ahora le toca trabajar", se decían. Intento ser razonable, pero todos le dieron la espalda.

En su desesperación llamó a los espíritus del nacimiento y la muerte, que no eran guardianes, sino transformadores, y les pidió que cambiaran los tiempos de vida de los animales, para que no fueran tantos que exterminaran a la hierba.

—Podemos hacerlo, en unos pocos siglos—dijeron.

—¡No tenemos tanto tiempo!

—Hay un modo más rápido —intervino el hambre, llegando como siempre: sin ser invitada—. Algunos animales podrían matar a otros.

—¿Por qué harían eso? —preguntó el espíritu del nacimiento.

—Lo harían si fuera necesario para alejarme de ellos.

A la muerte le pareció muy bien, le daba lo mismo recibir plantas o animales. Pero el nacimiento dijo que no era práctico.

—No tengo material para las garras, músculos y colmillos que hacen falta para un depredador —explicó—. ¡Y el instinto! Toma parte de mi vida y siglos de aprendizaje para crear un instinto.

El guardián de arbustos y césped negó:

—Usaremos mi forma y mi voz para que tengan las armas. Con mi tiempo y mi vida formaremos su instinto.

Los demás aceptaron la propuesta, porque no querían que la vida se acabara por falta de equilibrio.

El plan funcionó y el césped vivió. Pero alguien cometió un error, y dejo caer un poco de ese instinto en el animal equivocado. Era algo tan pequeño, que nadie lo notó al inicio. Pero fue creciendo con el pasar del tiempo y aquel animal bajó de los árboles para destruir a todos, incluso a sí mismo.



Esta historia nació gracias a un disparador creativo en twitter, por ahí está el hilo con la versión inicial.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Fragmentos #5

Amar sin el corazón

Fragmentos #4