Amar sin el corazón

 

Disparador Creativo del Reto Letrarium (3ra temporada)
Temática: Romance.


Él es el amigo al que llevaría a una boda, lo mismo que le pediría que pagara mi fianza si un día hiciera falta. Yo soy esa persona a quién él ya le ha pedido esos favores.

Yo fui la primera que aplaudió su arte, y él fue el último en perderme la confianza cuando estuve a punto de abandonar la universidad.

Pero no es tan sencillo como eso.

Si me hubiera propuesto matrimonio, le habría dicho que sí. Me sorprende que nadie lo haya atrapado todavía. No se ajusta a los estándares de éxito, pero cada día hay más mujeres que buscan un hombre que sepa cocinar, reparar tuberías, respetar a todos y consentirlas solamente a ellas.

Sí, él haría eso y más. Sé de una o dos que sí se dieron cuenta. Pero de un modo u otro permanece soltero. Cuando le pregunté por qué, se echó a reír.

—Mira quién viene a criticar la soltería —dijo, negando con la cabeza mientras me sonreía.

—Pero es que es diferente. Yo no le veo el chiste a esos rollos. Cada vez que alguien intenta coquetear conmigo o hacerme sugerencias de ese tipo, o no me entero o me parece raro. Tú, por otro lado…

—Tonterías.. Yo tengo exactamente lo que siempre he querido —alegó, haciendo un círculo horizontal con su índice para señalar todo a nuestro alrededor—. Mis amigos, mis gatos, un trabajo para morirme de hambre pero feliz, y tu cocina.

Es la cocina de mis abuelos, en realidad. Pero él viene todos los días, supuestamente para inspirarse y para “comer de gratis”. La mitad del tiempo está charlando conmigo y cuando yo me voy se queda limpiando la casa con mi abuela. Eso es un poco extraño porque, a pesar de que el sitio es enorme, ella jamás había aceptado ayuda. Mis tías, mi abuelo, mis primos y yo, todos hemos intentado darle una mano, y siempre empezó escéptica y terminó enojada.

Todos teníamos mucha curiosidad de cómo él había conseguido un resultado distinto. ¿Acaso sabía algún misterioso truco de limpieza?

—Para nada —admitía él, cuando alguien preguntaba—. Nunca en la vida había agarrado una escoba. Doña  Chela fue muy paciente conmigo. Eso sí: para trabajar con ella, hay que hacer exacto lo que dice, nada de andar inventando o llevándole la contraria. Ella dice, tú haces.

—Con razón no te regaña —le dije, en una ocasión.

—¡Cómo no me va a regañar! Para algo es una abuelita. Lo que pasa es que esos regaños hay que saber cómo recibirlos..

—¿Ah sí?

—Sí. Mira, la próxima vez, escucha lo que dice, asiente y sonríe. Si no te parece no le hagas caso, pero, no trates de educarla a ella. Cuando una abuelita te regaña, no es para hacer conversación, es porque cree que te está corrigiendo.

Desde entonces intento seguir ese consejo, pero es muy complicado sonreír y asentir cuando te dicen que estás mal, aunque lo esté haciendo tu abuela favorita.

Ese muchacho es una buena influencia para mí. La mitad de mi familia piensa que no, porque no tiene empleo formal y se iba a la playa cuando debía estar estudiando. No me creen que sólo me dejó acompañarlo cuando ya habían terminado los exámenes.

Lo recuerdo como si fuera ayer. Él veía las estrellas y yo lo veía a él. Extendió una mano al cielo para borrar las nubes aunque fuera en su imaginación. Yo no tenía problema con las sombras que la fogata dibujaba sobre él.

—¿Con quién viniste los otros días? —pregunté, sintiendo el roce de algo afilado oculto entre los pliegues de mi curiosidad.

—Con nadie. Te invito a ti porque ves la belleza como yo. Cualquier otra persona nada más haría ruido.

Creo que esa fue la primera vez que pensé que él no debería estar solo, y mi vista persiguió a las sombras que recorrían su piel. No las envidiaba, pero no me hacía ninguna gracia pensar que alguien más lo acariciara de aquel modo.

Celos.

Vaya injusticia. Por supuesto que no se lo conté. En cambio, me preparé para aceptarlo. Porque iba a pasar.

Va a pasar.

Un día, él saldrá a caminar por nuestra playa con una de esas chicas que quieren la completa atención de un muchacho que no sabe cantar pero lo hace. Ignorará el atardecer para verla a los ojos y pensará lo que pienso cuando veo los suyos.

Un día, irá a bailar con una de esas chicas que anhelan ser tocadas con la fiera serenidad con la que sus pinceles se deslizan por el lienzo. La tomará de la mano y sentirá esas cosas que no siento al sujetar la suya.

Sentir, ahí está el problema.

Yo podría darle, no el mundo, pero sí mi universo. Podría viajar a través de océanos y desiertos para verlo, sencillamente, ser justo lo que es. Giramos el uno alrededor del otro en perfecto equilibrio. No puedo evitar pensar que, con cada trato en que ganamos ambos, ponemos un ladrillo en un edificio compartido.

Y me encanta. Construir una vida con él es tan natural como la lluvia. Tan misterioso como sus dibujos en tinta. Me encanta él y la vida a su lado.

Pero no puedo conjurar las emociones. No puedo desear las sensaciones.

No quiero verlo ahogarse en otros ojos, pero no puedo ofrecer un océano de pasión en los míos, así que cada tanto le pregunto otra vez:

—¿Cuándo vas a conseguirte una novia?

No quiero que lo haga, pero quiero enterarme temprano y en mis términos, para poder llorar a solas en lugar de pintar nubes en su cielo estrellado.



¿Que les parece, lectores? ¿Créen que el día llegue, o esta relación tiene alguna esperanza? 

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